Si en estos momentos viniese un extraterrestre a España, o sencillamente un extranjero que nada conociese de nuestra política, y viese las reacciones en medios, redes, mentideros políticos y ciudadanos ante la muerte de Julio Anguita pensaría en su liderazgo en alguna organización política de millones de seguidores.
Este nuevo observador no podría imaginar que, cuando era el líder de una organización política, apenas le votaron ni el 10% de los ciudadanos, la tercera parte de la gente que votaba a Aznar y luego a Rajoy, que ese al que ahora aplauden su coherencia en los periódicos era machacado y destrozado cada día por los medios cuando era coordinador de Izquierda Unida, calificado de iluminado por sus adversarios políticos y, no olvidemos, traicionado cada dos meses por compañeros de su propia organización.
Cualquiera que ahora tenga menos de treinta años no entenderá cómo ese político tan admirado y coherente, y con un discurso tan incontestable, tenía una influencia irrelevante en el sistema por el cuál se decide qué políticos nos gobiernan