No es ningún secreto, ni forma parte de ninguna teoría conspiratoria, que un mecanismo para neutralizar, o al menos encarrilar un potencial crítico y movilizador de una sociedad en la dirección que interese, es construir una causa de lucha que pueda generar bastante consenso, pero asegurarse de que esa causa sea manejada sin que afecte a las estructuras del sistema. Tengo la sensación de que lo han estado haciendo con el feminismo y con el movimiento LGTB y ahora lo están actualizando con la lucha contra el cambio climático.
Eso explica que salieran como próceres del feminismo mujeres como la reina Letizia, Ana Patricia Botín o Ana Rosa Quintana. Y hasta encontramos a una asociación de empresarias, presidenta incluida, denunciando que las mujeres empresarias son víctimas de la brecha salarial, a pesar de que si son empresarias son ellas mismas las que decide los salarios, incluido el suyo. Y mientras tanto, no hemos avanzado nada en los derechos laborales de las kellys ni logrado movilizaciones relevantes ante las agresiones sexuales de las inmigrantes marroquíes de la fresa.
En esta misma línea, no debemos olvidar que en 2017, en la cabecera del día del Orgullo Gay, estuvo con total normalidad una carroza del Partido Popular y otra de Ciudadanos. Partidos poco proclives en las luchas en defensa de los derechos de las minorías y en las libertades sexuales. Y en el mismo desfile las carrozas de Vodafone, Uber, El Corte Inglés y Philips. Y todos los años el Banco de Santander es promotor del Orgullo Gay en el Reino Unido con el hashtag #SantanderSupportsPride.
Llegamos a la actualidad. En las últimas semanas tenemos a toda la juventud manifestándose contra el cambio climático y preocupada por el fin del planeta, siguiendo las consignas de una chica. Jóvenes que no se movilizan ni organizan porque les suben el precio de las matrículas universitarias, ni para denunciar que solo podrán aspirar a un trabajo de repartidores en bicicleta, ni para revindicar que deje de ser imposible que puedan comprarse o pagar el alquiler de una vivienda. Con ese panorama el único acto de interacción directa con el poder fue inscribirse para que no les enviaran publicidad electoral en papel por el bien del planeta.
Por supuesto, al lado de su causa están empresas como Iberdrola diciendo que para salvar el planeta no comamos carne. Sí, Iberdrola, con 3,3 millones de toneladas de gases de efecto invernadero emitidas en 2018, la octava empresa española que más contamina con estos gases en España. Y multinacionales de todo tipo pagando anuncios de televisión sobre el problema de los plásticos en los mares. En cualquier momento el ejército estadounidense se sumará a la causa, aunque sean ellos los que contaminan más que cien países juntos o sean los mayores productores de gases de efecto invernadero.
Como cualquiera puede suponer, es imposible que una persona con una mínima cantidad de neuronas esté en contra de estas tres causas sociales: el feminismo, el movimiento LGTB y la ecología. No cabe disidencia alguna. La mínima insinuación te empuja al grupo de los neolíticos descerebrados que no consideran que debe haber igualdad entre sexos, que la homosexualidad es una libre opción y que debemos lograr que el planeta Tierra no se vaya a la mierda por el bien de nuestros hijos y nietos. De ahí que una crítica a Greta Thunberg te meta en el grupo de los negacionistas del cambio climático, al lado de Donald Trump; que un comentario sobre el negocio del movimiento LGTB te asocie a un homófobo reaccionario del Opus y que si una mujer critica a otra sea condenada por incumplir la obligatoria sororidad.
No hay otra elección que sumarse a esas causas. En realidad no nos sumamos, siempre hemos estado ahí. La izquierda era feminista, defensora de los derechos de los gay y lesbianas y ecologista antes que todas estas multinacionales, reinas y partidos de derecha lo fueran. Lo que no debemos permitir es que no se incluyan los elementos anticapitalistas y de clase en la reivindicación de todos ellos. Que no se señale a los culpables o que repartan responsabilidades por igual entre todos. Porque algunas banderas, cuando se descoloren y se desnaturalizan, pueden dejar de ser banderas de lucha para ser banderas contra la lucha.