En los conciertos de grandes artistas de música pop o de rock se suele programar al principio una pequeña actuación de un grupo menos consagrado, pero que se considera de la misma línea y estilo musical que el principal. Se diría que se trata hasta de una actuación prescindible para el caso de que se llegue tarde al concierto. A ese grupo se le llama telonero, término también utilizado para un orador que precede al principal en un acto público. En cambio, en los prólogos de los libros suele suceder lo contrario. Es decir, que el prologuista es habitual que tenga mayor prestigio y reconocimiento que el autor del libro. De este modo, con su prólogo, viene a apadrinarlo y presentarlo a una audiencia lectora que reconoce antes al autor del prólogo que al del libro.
Esto viene a cuento porque, aunque yo esté prologando este libro, me considero más bien un telonero. Vicente Romano ha sido para mi un profesor de comunicación, un ejemplo de luchador y un referente ético. Una de las paradojas de las universidades es que fuimos coetáneos en la Facultad de Ciencias de la Comunicación en Madrid, él como profesor y yo como alumno, pero nunca me dio clase. Sin embargo, luchas, causas y principios comunes me han permitido, con toda seguridad, aprender de él mucho más que algunos alumnos a los que la normativa universitaria les dio la oportunidad de tenerlo como docente.
Comencé a trabajar, o debiera decir a aprender, o mejor dicho a disfrutar, de Vicente Romano el año 1992, cuando, siempre a contracorriente, un “comando” armado sólo de la palabra, nos dedicábamos a desmontar la campaña oficial de bombo y platillo del gobierno municipal sobre el Madrid Cultural del 92, por entender que sólo eran unos fastos sin contenido.
Aquello lo hacíamos en un antiquísimo apartamento de un centenario e histórico edificio, donde tenía su sede en la capital de España la Fundación de Investigaciones Marxistas. Fue entonces cuando pude comprobar el privilegio que disfrutaba por poder tener de profesor y compañero a Vicente. Poco después se publicó este libro, La formación de la mentalidad sumisa. Y como nuestro autor es tan irreverente, cuando le hacías algún comentario sobre el libro, él nunca precisaba ni lo importante que era este texto, ni lo ameno y pedagógico, ni nada parecido que sirviese para hacerle campaña publicitaria. Siempre decía que se había divertido mucho haciéndolo, lo cual en términos de mercadotecnia (Vicente no me dejaría decir marketig) no tenía mucha utilidad, nadie compraba un libro seducido por el argumento de que el autor dijese que se había divertido al escribirlo.
De todos modos se agotó muy rápido y desapareció en poco tiempo de las librerías, como bien recuerda Vicente Romano al comienzo del texto. Volvió a editarse cuatro años más tarde y sucedió algo parecido. Hoy este libro no se encuentra en España. Pero en cambio, y he aquí otra prueba de que algo se mueve en América Latina, se presentó hace pocos meses en la Feria Internacional de La Habana, recién se ha editado en Colombia y ahora aparece en Venezuela.
La formación de la mentalidad sumisa, utilizando palabras del propio autor, es sencillamente un libro para explicarnos cómo buscan meter en las mentes de la gente al guardia de la porra en lugar de tener que pagar un costoso sistema de represión. O cómo el poder capitalista recurre a instituciones como la Iglesia, la escuela, los medios de comunicación y los de entretenimiento para ya no tener que reprimir y encarcelar a anarquistas, socialistas, comunistas, sindicalistas y todo tipo de rojos irreverentes. Si ésto Vicente fue capaz de analizarlo hace doce años, podemos apreciar el mérito de la obra. Y si, además, lo que queremos es rebelarnos contra ese sistema, se pueden imaginar lo importante que es conocer la claves de esa formación de la mentalidad sumisa. El libro de Vicente Romano es, en mi opinión, tan importante y tan premonitorio como la consagrada obra de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, Para leer el Pato Donald. Textos que, con mucha antelación, nos ayudan a descubrir las claves comunicacionales de dominio establecidas por el mercado y el imperio. Pero también a desentrañar por medio de qué mecanismos logran adueñarse de nuestra mente, conseguir la desmovilización e imponer la sumisión. Se trata de una cuestión apasionante que, desde el punto de vista de la sociología, también ha tratado Marcos Roitman en su libro El pensamiento sistémico. Los orígenes del social-conformismo.
Vicente Romano nos demuestra cómo el sistema mediático e ideológico puede lograr que las preferencias de las masas puedan ser, paradójicamente, diametralmente opuestas a los lógicos intereses de esas masas. Porque si, como dice Vicente Romano, en el capitalismo a uno no se le ocurriría comprar una coche que no funciona o una maquinilla que no afeite, en cambio en ese sistema son muchos los ciudadanos que no logran percibir la miseria, la humillación y la explotación –material e ideológica- a la que están sometidos. Cómo si no, se puede comprender que cultos y formados europeos permitan la existencia de decimonónicas monarquías al frente de sus países mientras consideran retrasadas muchas repúblicas latinoamericanas, o que los estadounidenses vivan obsesionados por combatir en una supuesta guerra contra el terrorismo que ha provocado más muertos que todos los terrorismos juntos. Hay que tener una gran mentalidad sumisa para aceptar que la Unión Europea ponga multas a los ganaderos por producir demasiada leche y pague a los agricultores que arranquen sus olivos o sus viñas, o que miles de hombres y mujeres que trabajan cincuenta horas a la semana gasten su dinero y su tiempo en comprar y leer semanarios que traten de la vida de lujo que llevan dos docenas de famosos a los que admira, cuya único trabajo es salir en esas revistas y cobrar su sueldo de diez años por vender la exclusiva del bautizo de su hijo. La misma mentalidad sumisa que lleva a un ejecutivo a trabajar diez horas diarias para pagar un colegio de lujo para sus hijos porque él no los puede educar porque está trabajando. O ese camarero que lleva cuarenta años trabajando en un restaurante de lujo y ve normal que necesitase el sueldo de una semana para comer allí con su esposa. Es la mentalidad sumisa del empleado que hace horas extras para ahorrar para comprar una televisión de plasma último modelo que luego no puede ver porque no le queda tiempo después de volver del trabajo. De la explicación de todo eso trata el libro de Vicente Romano.
Por ello, compartir mediante la lectura de este trabajo la capacidad analítica de Romano y su idiosincrasia irreverente es una oportunidad que no debemos dejar escapar. Y quiero insistir en esa irreverencia de Romano que he podido ir descubriendo donde quiera que el destino le llevara. Primero en esa Universidad de Madrid, pero también en las organizaciones sociales y políticas donde hemos compartido militancia, donde siempre mi amigo profesor fue la conciencia crítica de arribistas, oportunistas y mediocres. También en la Universidad de Sevilla, donde fue posteriormente destinado. En cambio, ha sido en América Latina –cuando lo encontraba en La Habana o escribía de sus viajes a Brasil- donde, a alguien tan díscolo y exigente como él, siempre lo percibí feliz, entusiasta e ilusionado. Quizás también en ese aspecto, él intuía el esperanzador futuro que este continente albergaba para todos los que en Europa nos asfixiábamos por el nivel tan evolucionado de formación de mentalidad sumisa.
"La formación de la mentalidad sumisa". Vicente Romano. Fundación Fondo Editorial Simón Rodríguez del Instituto Autónomo de Bibliotecas e Información de Miranda. Caracas. Julio 2007