El profesor de Ciencias Políticas Jorge Verstrynge se ha incorporado al tsunami de los indignados con un libro que, aunque subtitula como Elogio del refractario, más podría ser una llamada a rebato en formato panfleto, en el buen sentido del término. Como en tantas otras ocasiones Vestrynge presenta razonamiento polémicos y provocadores para los seguidores de cualquier ideología. Estoy convencido de que pocos lectores estarán al cien por cien de acuerdo con todas las tesis que defiende Verstrynge en el libro. Sin embargo, menos todavía serán los que no se pondrán a pensar y a replantearse muchos prejuicios después de leerle. Lo fácil hoy es escribir algo contra gobernantes, bancos y multinacionales, con lo que una gran mayoría de ciudadanos estén de acuerdo. Lo difícil es provocar alguna reflexión más profunda, más atípica, que nos aporte algún argumento nuevo a nuestras posiciones, otro con el que discrepamos frontalmente y, algún otro más, que nos haga pensar si no tiene algo de razón quien sugiere alguna idea que hasta ahora nunca habíamos compartido.
No le falta radicalidad e ironía a Verstrynge a lo largo de las pocas páginas de este libro. Como cuando sugiere que los gobiernos deberían haberle dicho a los bancos: “O me dan un nuevo préstamos con un interés decente, o no solo no les pido ese nuevo préstamo, sino que además no les devuelvo el anterior. Si quieren, embárguenme el patrimonio real y llévenselo con rey dentro y todo, más una cuantas iglesias vacías”.
En otros temas escandalizará a la izquierda bienpensante, a la que acusa de adoptar el principio de que “el débil siempre tiene razón por el mero hecho de serlo”. Así nuestro autor en lugar de defender la inmigración como una experiencia de enriquecimiento y mestizaje cultural, que es lo que hacen algunos progresistas desde sus urbanizaciones donde los únicos inmigrantes son los jardineros y las asistentas, afirma que quien se beneficia de la inmigración es la patronal mientras que los costes sociales de los inmigrantes acaban siendo financiados por las clases más modestas que ven cómo deben repartir con ellos los servicios sociales, sanitarios o educativos. ¿Que suena a Le Pen? Pues quizás sea verdad y por eso los obreros franceses votan a Le Pen y no a una izquierda que les pide solidaridad con los inmigrantes sin antes haber ampliado las plazas en los colegios y el número de camas en los hospitales.
Su siguiente razonamiento controvertido es la defensa del proteccionismo económico. Si nos viéramos obligados a absorber nuestros excedentes de producción no habría más remedio que subir los salarios para impulsar la demanda interna. Además las fábricas se recolocarían en las zonas donde se consumen los productos (más ecológico) y se terminaría con esta subasta a la baja de los costes laborales que es la globalización.
Ya lo advertimos, ideas polémicas para hacernos pensar.
Verstrynge, Jorge. “¿Viva la desobediencia! Elogio del refractario”. Península, 2011