Hace años, al rebufo del 15M, despertaban pasiones los nuevos formatos de organización política (lo de organización es un decir) que renegaban de los partidos políticos tradicionales, considerados anticuados, anquilosados y poco democráticos. Plataformas ciudadanas, mareas, agrupaciones de electores, movimientos, confluencias, redes… Hasta el término coalición electoral ya era repudiado también por viejo. En cuanto a la participación, los nuevos proyectos se presentaron como el culmen de democráticos, tecnodemocráticos, con sus mecanismos de votación digital abiertos a toda la ciudadanía.
Ahora estamos viendo aquellos resultados. Los potajes de letras impidieron a los electores saber quiénes eran los suyos según la versión fuese nacional, versión autonómica o municipal, la propia dirección de Unidas Podemos lo ha reconocido en estas últimas elecciones. La falta de cohesión de esos engendros asociativos impide un mecanismo normalizado y regulado de toma de decisiones y, lo que es peor, se demuestra que no tienen estabilidad en el tiempo, no hay un andamiaje que lo mantenga firme ante cualquier convulsión. De hecho, su principal elemento de proyección pública, a falta de siglas, organicidad o trayectoria política es la cara del candidato impresa en las papeletas. Tanta discurso de asamblea, participación y decisión colectiva para acabar votando a una cara.
Las primarias abiertas no se han mostrado más democráticas que las que ya disponía Izquierda Unida, o incluso el propio PSOE. En primer lugar porque votabas para hacer el ranking de tu organización, pero luego en los despachos se decían los puestos para cada organización en negociaciones de pasillo. Más tarde se aplicaban las rectificaciones de género, luego dimiten algunos candidatos y se incorporaban por la vía directa algunos otros por su relevancia pública. Sería bueno que muchos reflexionaran en qué medida participaron en la selección de sus diferentes candidatos europeos, nacionales, autonómicos y municipales y en qué medida se iban enterando de quienes eran los elegidos por los medios de comunicación.
El caos organizativo es tal que ya no sé sabe quién pertenece o no a la organización. Resultó curioso cuando los medios le preguntaban a Iñigo Errejón si pertenecía todavía a Podemos. Preguntado por Pepa Bueno sobre si estaba dentro o fuera de Podemos, Errejon dice, textualmente, que no lo tiene claro, que nadie le ha dicho nada. Y en la entrevista en eldiario.es da a entender que cree que está fuera de Podemos porque… le han tirado del grupo de Telegram de la dirección del Consejo Ciudadano y del Consejo de Coordinación.
Lógicamente si no existe organicidad no se puede garantizar cohesión ni una mínima disciplina de funcionamiento que garantice seriedad. En Cataluña, como de todos es sabido, la organización referente de IU en esa comunidad es EUiA, y se integraba en la candidatura de EnComúPodem. Pues bien, su coordinador, Joan Josep Nuet, iba el cuarto en la lista de ERC. Hoy es diputado en el Congreso por ese partido y hasta el 14 de junio era coordinador de EuiA.
El concepto de militante ya apenas existe. La figura es la de “inscrito”, un término que ya no evoca compromiso ni trabajo. Algo así como cuando uno se inscribe por internet para la Fiesta del Cine y conseguir un descuento en la entrada. Incluso se humilla al militante que paga la cuota con mensajes del tipo “puedes votar para elegir candidato sin necesidad de militar ni estar pagando cuota”.
La izquierda no deja de caer en engaños y espejismos. El de la satanización de los partidos y la sacralización de la engendrología como método de organización política ha sido otro más. Es humano equivocarse y ser engañado. De lo que se trata es de aprender para salir de la trampa.