Página personal del Periodista Y Escritor Pascual Serrano

“Fouché. Retrato de un hombre político”, de Stefan Zweig


Escrita en 1929, esta biografía de Joseph Fouché (1759-1820) desde la Revolución Francesa hasta la caída y postrimerías del Imperio napoleónico descubre la psicología de un animal político excepcional. “Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista”, son los calificativos que la historia guarda para este personaje.  

Un hombre que en 1790, antes de la revolución francesa, era profesor en un seminario, en 1792 saqueaba y quemaba las iglesias, votó a favor de la muerte de Luis XVI y María Antonieta, en 1793 era un exaltado ministro jacobino, cinco años después era multimillonario, diez años más tarde era duque y ministro nombrado por Napoleón y en 1815 se casa bendecido y nombrado de nuevo ministro por el rey Luis XVIII, hermano del rey a quien Fouché pidió asesinar. Y mientras todo eso sucedía, por su puerta iban pasando los cadáveres de los hombres más poderosos de Francia, Luis XVI, Robespierre, Napoleón…

Su secreto siempre fue “cambiar rápidamente de chaqueta siguiendo la nueva dirección del viento”. “Estos osados virajes, este descarado pasarse al otro bando a plena luz del día, esta huida al lado del vencedor, son el secreto de Fouché en la lucha”. Por eso, en plena fiebre de la guillotina francesa, ante las acusaciones de excesivamente moderado puede defenderse con sus sentencias de muerte cuando fue gobernador de Lyon. Y si son los moderados quienes la acusan de sangriento, podrá recordar que son los jacobinos quienes le acusan de moderado.

“Los gobiernos, las formas de Estado, las opiniones, los hombres cambian, todo se precipita y desaparece en ese furiosos torbellino del cambio de siglo, solo uno se queda siempre en el mismo sitio, al servicio de todos y todas las ideas: Joseph Fouché”. Después abandonará y traicionará a todos, “a los girondinos, a los partidarios del Terror, a Robespierre y los termidoristas, a Barras, su salvador, al Directorio, a la República, al Consulado, a Napoleón, a Luis XVIII”. Porque la traición en Fouché no es tanto “su intención, su táctica, como su más auténtica naturaleza (…). En la lucha no está con nadie, al final de la lucha siempre con el vencedor.”

Sus enfrentamientos con los tres hombres más poderosos de Francia en su época, Robespierre, Napoleón y Luis XVIII provocarán los episodios más psicológicamente excitantes de la Historia de la Revolución. A punto de perder la vida a manos de cualquiera de ellos, los pudo sortear e incluso pisotear cuando llegó el momento.

Uno de los secretos de Fouché es la discreción, nunca estaría en primera línea del combate político e ideológico, lo suyo eran las bambalinas. Escondido entretelones “siempre es otro el que paga con su sangre por las palabras y la política de Fouche´”.

Incluso los duros momentos de la vida de Fouché sirven para mejorarlo y endurecerlo, “para el verdaderamente fuerte, el exilio jamás es una minoración, sino un reforzamiento de sus fuerzas”.

La narración descubre momentos antológicos. Como cuando siendo ministro de Policía en el Termidor de la Revolución en 1799 entra en el club radical de los jacobinos acompañado de los gendarmes. Sus miembros, creyendo ver en él a su antiguo compañero ideológico se ponen en pie. Sin titubear, Fouché sube a la tribuna donde antes lanzaba sus arengas y declarar lisa y llanamente cerrado el club sin que a nadie le de tiempo a reaccionar. “Una vez que la sala está vacía, camina tranquilamente hacia la puerta, la cierra y se guarda la llave en el bolsillo. Y con esa vuelta de llave termina realmente la Revolución francesa”.

Durante su cargo de ministro, la diplomacia y el manejo de la información fueron su secreto. “¿Por qué hacerse impopular con ningún partido, con los jacobinos o los realistas, con los moderados o los bonapartistas, mientras no se sepa cuál estará la timón mañana?”.

En las vísperas de la llegada al poder de Bonaparte, Fouché logra aparentar fidelidad a todos. “Si Bonaparte se impone, naturalmente esta noche Fouché será ministro y fiel servidor; si fracasa, seguirá siendo el fiel servidor del Directorio, dispuesto gustosa y fríamente a encarcelar a los rebeldes”.

En 1804 Fouché vuelve a ser ministro nombrado ahora por Napoleón. “Por quinta vez, Joseph Fouché presta un juramento de fidelidad; el primero fue al entonces todavía gobierno real, el segundo a la República, el tercero al Directorio, el cuarto al Consulado”.

En junio de 1815, con la definitiva caída de Napoleón, Fouché alcanza su zenit del poder. “A sus cincuenta y seis años (…), de pequeño y pálido hijo de comerciantes a triste y tonsurado profesor de curas, luego tribuno de la plebe y procónsul, finalmente duque de Otranto, servidor de un emperador, y ahora, por fin, servidor de nadie más, por fin gobernante único de Francia. La intriga ha triunfado sobre la idea, la habilidad sobre el genio. Una generación de inmortales ha caído a su alredadedor. Maribeau muerto, Marat asesinado, Robespierre, Desmoulins, Danton guillotinados, su compañero de consultado Collot en el destierro en las islas de las Fiebres de Guayana, Lafayette liquidado, todos, todos muertos y desaparecidos, sus compañeros de la Revolución”.  

“Y como ya no tiene señor alguno al que traicionar, no le queda otra cosa que traicionarse a sí mismo, a su propio pasado. Devolver la Francia vencida a su antiguo soberano fue en ese instante una auténtica hazaña, policía correcta y audaz”. Es entonces cuando vende Francia a Luis XVIII a cambio de un puesto de ministro. El nuevo rey tendrá que admitir en su gobierno a quien veintidós años antes condenó a muerte a su hermano. La primera función de Fouché como ministro será elaborar la lista negra con todos los nuevos proscritos que no demostraron lealtad al rey. Así lo hará sin dudarlo. “Solo falta uno, el de Joseph Fouché, el duque de Otranto. Aunque en realidad no falta. También el nombre del duque de Otranto está en esa lista. Pero no en el texto, como el de un ministro napoleónico acusado y proscrito, sino como ministro del rey, que envía a la muerte o el exilio a todos sus compañeros: como el de verdugo”.

Sin embargo, poco le duró la excepción. Quien trajo a Luis XVIII al trono de Francia es ahora bajo este rey excluido de toda amnistía y condenado al destierro de por vida de Francia. Se diría que el mayor traidor ha sido traicionado y superado en deslealtad por el Borbón Luis XVIII. ¿Se llevará ese carácter en el código genético como la “capacidad” de reinar?. “Tarde, pero con intereses de usura, Fouché tendrá que pagar ahora su culpa de no haber servido jamás a una idea, a una pasión moral de la Humanidad, sino siempre y únicamente al favor perecedero del momento y de los hombres”.

Pero por muy excitante y excepcional que fuese la vida de Fouché ningún placer encontraríamos en conocerla sin la brillante pluma del autor de esta biografía, Stefan Zweing. Nacido en Viena en 1881, hijo de un poderoso industrial, y muerto en Brasil en 1942, durante sus años de juventud recorrió Europa, trabajando como traductor y colaborando en distintas publicaciones. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, manifestó su posición pacifista. Ante la implantación cada vez mayor de las fuerzas nazis en Austria, emigró a Londres. Fue en Salzburgo donde escribiría sus mejores obras. Entre ellas destacan “Cuerdas de plata”, un ejemplar donde reúne su poesía, y novelas como “Jeremías”, “Amok”, “El jugador de ajedrez”, “La piedad peligrosa” o “La confusión de los sentimientos”. Además de la biografía de Fouché escribió la de algunos de los personajes más grandes de la literatura como Dickens o Balzac o de personajes históricos como María Antonieta o Erasmo de Rótterdam. 

Tras leer esta obra al lector el lector se verá obligada a un saludable ejercicio y reto mental: abrir el periódico del día y buscar a Fouché.  

 

“Fouché. Retrato de un hombre político”. Stefan Zweing. Traducción de Carlos Fortea. Madrid. Debate 2003

En Cuba fue editado por el Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1999.

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