Vivimos en un mundo en el que parece que medios de comunicación se han convertido en sinónimo de entretenimiento, de ocio, de evasión.
Pero si analizamos el contenido comunicacional de nuestras relaciones humanas observaremos que no son sólo eso. Mediante la comunicación interpersonal se transmiten conocimientos, educación, cultura, emociones, información necesaria para desenvolvernos, cariño. Parecería lógico pensar que la estructura comunicacional montada mediante un sistema tecnológico que permita avanzar de una relación interpersonal a una relación de masas, heredase todos esos valores de la comunicación. Sin embargo no ha sido así. Con los medios de comunicación nos están robando gran parte del valor de la comunicación para convertirla en frivolidad y vacuidad. Y con ello estaríamos perdiendo todos los elementos y contenidos que hasta ahora tenía la comunicación humana y que hemos citado antes: conocimientos, cultura, educación y… memoria.
Y el caso de la memoria todavía es más impresionante. Porque al modelo de comunicación que he señalado antes se le une el modelo de consumo y fugacidad que domina el sistema económico y cultural dominante. Hoy, la información del ciudadano se mide en términos cuantitativos, cuánto podemos conocer de lo que está sucediendo y qué velocidad lo podemos ir asimilando. Con la información y el conocimiento sucede como con casi todo lo que toca el capitalismo, se convierte en objeto de consumo de usar y tirar. El mercado necesita que los productos, todos los productos, sean así para poder mantener la maquinaria de producción.
Por ello, la memoria, es decir, la consideración y valoración de la experiencia pasada, de los acontecimientos vividos, del conocimiento previamente adquirido, es una irreverencia en el modelo comunicacional vigente. En el modelo periodístico actual lo que sucedió hace más de 24 horas se convierte en viejo. Lo que hablemos aquí, tiene el mismo valor para difundirlo hoy como para hacerlo dentro de un mes, y probablemente dentro de varios meses. Sin embargo, veríamos incomprensible que alguien informara de esto dentro de un mes. Si en una redacción se nos pasa durante tres días , por ejemplo, la muerte de algún intelectual de cierta relevancia, pierde sentido informar de esa noticia. El modelo informativo vigente se caracteriza por sellarle una fecha de caducidad a todos los hechos informativos. O dicho de otro modo, borrarlos de la memoria.
Por supuesto, acontecimientos históricos que han marcado, para bien o para mal, nuestra vida y la de nuestra comunidad se borran de la agenda de los medios de comunicación. Hasta las organizaciones internacionales se tiene que inventar el día de la mujer, el año del niño, el día del sida, para recordar al mundo que existen mujer, niños o pandemias como el sida, porque el ritmo informativo atropella todo eso.
La información internacional diaria sufre esa velocidad. Hoy puede ser noticia la muerte en Ruanda de veinte personas en un autobús, pero no se citará en todo el año la muerte de 800.000 en 1994. Se entierra la memoria. El ritmo informativo impide profundizar, porque no quieren que profundicemos. El modelo actual nos dice que ayer murieron cinco personas en manifestaciones en Nepal, que la ONU repartió veinte toneladas de alimentos en Liberia, que la guerrilla de Colombia ha provocado veinte muertes al ejército o que un diputado italiano ha sido procesado por corrupción. Toda esa información es inútil si no sabemos –y no nos lo dicen- qué pedían los manifestantes de Nepal, quien gobierna y desde cuando. Si no nos dicen porque hay hambre en Liberia, qué recursos tiene ese país, porque no garantizan la alimentación y qué hace el gobierno de ese país. Sobre Colombia no se detallan las propuestas de paz de la guerrilla o las razones que dan origen al conflicto
Ya ni los libros, la memoria escrita por excelencia se libra de esta lacra. Hace unos meses una gran editorial reconocía que la vida comercial de un libro es de tres meses, porque la presión de la industria con sus novedades exige retirar las obras en ese tiempo para sustituir las estanterías de las librerías y los catálogos. Han convertido al libro en una revista trimestral.
Contra esto los pueblos deben luchar también. Deben recuperar la memoria, los medios honestos deben relacionar cada hecho actual con un precedente histórico, cuando se hablaba de ocho mil israelíes desalojados de Gaza había que recordar que treinta millones de indios fueron también desalojados de sus casas para hacer embalses impuestos con el Banco Mundial. Si apelamos a la memoria encontramos numerosos precedentes históricos que nos ayudan a entender la actualidad. La guerra de independencia de Argelia, magníficamente retratada en la película La batalla de Argel (1966), del director Gillo Pontecorvo, nos permitiría entender la lucha contra la ocupación que hoy se desarrolla en Iraq. O el golpe de Estado protagonizado por la CIA en Irán contra el nacionalista Muhammad Mossadegh en Irán, en 1953, ayuda a comprender las estrategias de intervención de Estados Unidos en Cuba o Venezuela.
Hay que contextualizar cada tema, por ejemplo, en Telesur está prohibido informar de dos muertes en un conflicto si antes no se explica qué intereses defiende cada parte, quién gobierna, si respeta o no los derechos humanos, que empresas tienen intereses económicos en la región, cómo se gestionan los recursos de ese país.
El que fuera coordinador general de la coalición Izquierda Unida en España y secretario general del Partido Comunista en este país, decía que un pueblo sin memoria se convierte en masa. Los pueblos y los medios, en la medida en que éstos deben ser la voz de los primeros, debemos conseguir que la ausencia de memoria nos convierta en masa.