El Parlamento cubano celebró estos días su primer pleno bajo la presidencia de Raúl Castro. Los críticos con el socialismo cubano suelen recordar que los plenos del parlamento cubano son muy pocos a lo largo del año, pero la razón hay que buscarla en que la mayoría de los debates y trabajos parlamentarios en Cuba se realizan en el marco de las comisiones, a las cuales pueden acudir con todos sus derechos todos los legisladores.
Si bien la expectación de los analistas y medios extranjeros se ha centrado en el discurso del jefe del Estado, no hemos de dejar de lado el repaso a la situación del país que han hecho los correspondientes ministros y presidentes de las diferentes comisiones que se reunieron durante toda la semana anterior. Esa puesta en común en plenario ha supuesto un sincero y honesto repaso de la situación de un país tan expuesto a análisis distorsionados por la ideología de ambos signos.
Sin duda, el estilo de Raúl, fundado en la sinceridad y en lo concreción, ha calado ya en los dirigentes cubanos. De ahí que lo que más asombraría al profano de la política cubana es descubrir la crudeza con la que se presentan los problemas y el espíritu colectivo en que se sugieren las soluciones. Es un tono al que no estamos acostumbrados en nuestras latitudes, donde el panorama siempre se caracteriza por el triunfalismo recalcitrante de los gobernantes frente al catastrofismo pertinaz de la oposición, lo cual deja al ciudadano, una vez más, desconcertado para comprender lo que está sucediendo.
Las intervenciones han repasado con dureza sus problemas de vivienda, agricultura y productividad laboral, los retos a los que se enfrentan los cubanos y sobre los que van a girar los principales cambios del país. Unos cambios que vendrán a confirmar esa respuesta de Fidel Castro a una pregunta del periodista Ignacio Ramonet en la que el comandante reconocía que el “más importante error era creer que alguien sabía cómo se construye el socialismo”. Con ello daba a entender que Cuba seguiría buscando su propio camino sin dejarse llevar por clichés establecidos.
De ahí que entre las iniciativas del gobierno cubano se encuentra en ligar los salarios al cumplimiento de objetivos. Así lo razonaba Raúl Castro: “Que el trabajador se sienta dueño de los medios de producción, no depende sólo de explicaciones teóricas —en eso llevamos como 48 años— ni de que su opinión se tenga en cuenta en la actividad laboral. Es muy importante que sus ingresos se correspondan con el aporte personal y el cumplimiento por el centro de trabajo del objeto social para el que se constituyó, es decir, alcanzar la producción o la oferta de servicios que tiene establecido”. Y dejó claro que el mítico igualitarismo comunista puede ser “también una forma de explotación: la del buen trabajador por el que no lo es, o peor aún por el vago”.
También se reafirmó el parlamento en la necesidad de combinar todos los formatos posibles de explotación agrícola para lograr incrementar la necesaria producción de alimentos: “la tierra, los recursos y todo el apoyo necesario estarán cada vez más a disposición de quienes produzcan con eficiencia, independientemente de que sea una gran empresa, una cooperativa o un campesino individual”. Quienes crean ver una renuncia socialista deben saber que no se trata de nada excepcional en Cuba, el cultivo del tabaco siempre fue sacado adelante por propietarios individuales y, en última instancia, tal y como siempre han reivindicado los movimientos socialistas campesinos, la tierra será de quien la trabaja, sea cooperativa, empresa estatal o campesino particular.
Parece que, entre las tantas influencias que se están generando entre Venezuela y Cuba se encuentra la asimilación en la revolución cubana de la afirmación del maestro de Simón Bolívar, Simón Rodríguez, de que “inventamos o erramos”.