Recientemente estoy observando varios llamamientos y manifiestos destinados a apelar a los políticos a que abandonen la crispación y el tono de confrontación y retomen un estilo dialogante y respetuoso. También hasta ahora han sido recurrentes las críticas a actitudes partidistas que anteponían el interés electoral y la búsqueda de los votos al compromiso con una política constructiva pensada para los ciudadanos. No parecía que se pudiera objetar nada en contra. Sin embargo, yo sí lo quisiera hacer.
En primer lugar no deberíamos aceptar esas apelaciones a la “clase política” o “los políticos” en general. No existe ese grupo con un perfil concreto que nos permita incluirlos en un mismo saco. Nada tienen en común Jesús Gil, el alcalde de Marbella, y el alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo, ni La Pasionaria con Serrano Súñer, ni José María Aznar con Julio Anguita, ni Rocío Monasterio con Yolanda Díaz.
El problema no es que un partido o un político recurra a la crispación o al electoralismo a costa de abandonar el interés social, el problema es, precisamente, que hacerlo resulta electoralista. Es decir que nosotros mismos reconozcamos que es más rentable electoralmente que anteponer el interés social. Lo grave es que los ciudadanos te voten más cuando lo hagas. La última encuesta electoral que he visto reflejaba que la intención de voto de Vox subía un 0,4% y la del PSOE bajaba un 1,1%. No sé cuál terminará siendo la tendencia, pero la realidad es que la crispación y el desprecio al interés común, incluso violando las condiciones sanitarias de un estado de alarma, terminan cosechando votos. No es una cuestión de políticos, sino de votantes. Estos llamamientos son como decir a nuestros hijos que no rompan platos mientras les damos un euro por cada plato que rompen.
Recuerdo que un día la preguntaron a Julio Anguita si creía que había que prohibir que los políticos involucrados en casos de corrupción se pudieran presentar a las elecciones. Dijo que eso no era lo importante, lo importante era que la gente les dejara de votar.
Parece que el deporte nacional es culpar a los políticos, sin distinción, con ese tono de distanciamiento de una sociedad y un ciudadano que se cree moralmente superior al político, a cualquier político, que no se considera responsable del resultado electoral. Como si esos gobernantes no los hubiéramos elegidos nosotros, como si detrás de la ultraderecha no hubiera más de tres millones y medios de personas que les han votado; como si detrás de la derecha que prefiere derrocar al gobierno mediante el voto en contra de un estado de alarma creado para enfrentar una pandemia no hubiera cinco millones de españoles votándoles.
No es a los políticos a los que hay que llamarles la atención, sino a los ciudadanos, lo que sucede es que culpabilizar a los votantes no es muy popular.