El 22 de agosto, el alto representante de la UE, Josep Borrell, manifestaba la necesidad de que la Unión Europea tuviera una fuerza militar propia e independiente. Por su parte, el presidente francés, Emmanuel Macron, llegó a decir que la OTAN estaba «en muerte cerebral» y Merkel habló de una pérdida de confianza con los aliados, refiriéndose claramente a Washington.
Todas esas afirmaciones surgían tras la decisión de Estados Unidos de sacar sus tropas de Afganistán el 31 de agosto y la consiguiente toma de Kabul y el control absoluto del país por los talibanes, dejando a sus socios europeos como meros testigos del fin de una intervención a la que se vieron arrastrados por Estados Unidos y ahora abandonando sin ninguna capacidad de decisión.
Anulación de un contrato de 56.000 millones
Luego vino AUKUS, acrónimo de Australia, United Kingdom, United States. Un acuerdo militar entre estos tres países para garantizar la seguridad en la zona indopacífica. Un acuerdo que se llevó en secreto ante los socios europeos de Estados Unidos y que, entre otras muchas consecuencias, ha supuesto la anulación de un contrato firmado entre Francia y Australia en 2016 por valor de 56.000 millones de euros para la construcción francesa de ocho submarinos de propulsión nuclear de última generación. Esto provocó las iras del Gobierno francés y la llamada a consultas de sus embajadores en Washington y Camberra.
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